domingo, 24 de julio de 2011

Mi habitación está nevada, palpitante de caricias y metralla de tus contínuas explosiones. La nocturnidad prohibida nos servía de alimento en noches estivales al abrazo sibilino de las calles más oscuras. En tus ojos, a veces brillantes, se dejaba ver la profundidad del tiempo que hacía derramar alguna traicionera lágrima de vez en cuando. Con el corazón cerrado en un puño me aferraba a tu desventura que, por ser uno, se convertía en apéndice nuestra. En la calurosa noche las bombas seguían cayendo y en mi habitación las ruinas comenzaban a sepultarte.

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