jueves, 28 de abril de 2011

La muchacha de la 32

4:34 p.m. Permanecía tumbado en silencio en la cama del hostal donde me hospedaba, fumando un cigarrillo cuyo humo trepaba insinuante hacia el techo. En aquel silencio nocturno eran inteligibles todos los sonidos que provenían de las habitaciones colindantes que aunque leves unos destacaban sobre otros, en especial aquel que llegaba de la habitación 32 y se clavaba punzante en mi oído izquierdo. Era un llanto, seguramente acallado por la almohada pero aún así perceptible. A tan profundo lamento nocturno que me estremecía le acompañaba una respiración entrecortada que me hacía palpitar de pena en cada escucha. El llanto de una mujer desconsolada, atrapada por las finas paredes de su silencio que tintaba aún más de negro el cielo de la noche cerrada. Mi corazón balbuceante se acompasaba lentamente con las lágrimas que desbordaban de sus ojos y resbalaban por su cara tras la pared hiriente. Deseé profundamente derribar con furia los muros de nuestras conciencias y abrazarla estrechamente con amor sincero. Deseé secar con mis palabras sus penas y desnudar su alma con mis manos ahora aferradas a otro cigarrillo humeante. Al final me venció el sueño y mis párpados apagaron el clamor de la muchacha, de aquella pobre muchacha que con su amargo plañir hizo de la noche un lugar aún más oscuro.

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